El día que vi al líder del 14 de Junio en La Javilla de Tamayo
Por: Emiliano Reyes 1 de 2
Pude conocer a Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo) siendo apenas un niño. Él estaba reunido con un nutrido grupo de jóvenes debajo de un frondoso y hasta místico árbol de Javilla que cubría con su enorme sombra, de lado a lado, parte de la carretera que conecta a Tamayo con Monserrate, los bateyes del ingenio Barahona y Neyba, en el Sur Profundo.
Alrededor de esta mata de Javilla se tejió todo tipo de supersticiones y creencias. La gente crédula sentía temor al cruzar por allí de noche. En ese lugar se entrecruzaba la oscuridad nocturna y los zumbidos silenciosos de los vientos producidos por las ramas infinitas del enorme árbol.
Los parroquianos relataban que de noche aparecían “fenómenos raros” y que debajo de su inmensa frondosidad se alojaba y dormía sueños profundos “el bacá de la Viuda Batista”.
Me contaba Petronila Féliz (Pechón) madre de mi difunta esposa Luz Virginia, que una noche iba para Monserrate a pie acompañada de su hija y que, en medio de la oscuridad, observó a distancia una gigantesca luz que iluminaba el morrocotudo tronco de La Javilla. La luminosidad se aproximaba a gran velocidad hacia ellas y pensaron que se trataba de un vehículo, lo que le alegró porque la extraña luz destellaba por todo lo ancho y largo de la carretera.
La sorpresa vino cuando, conforme la luminaria parecía aproximarse, realmente se alejaba. Y para su asombro esta desapareció una vez cruzaron por el árbol envolviéndoles entonces una misteriosa oscuridad que apenas les permitía palparse las palmas de las manos. La iluminación reapareció y le acompañó otra vez, y se fue extinguiendo lentamente a medida que llegaban a Monserrate.
La “Viuda Batista” era la propietaria de los terrenos donde estaba La Javilla. En esas tierras pródigas –que los pobladores llamaban la “finca de la Viuda Batista”- se cultivaba plátanos, guineos, cocos y frutales. Luego de fallecido el esposo, esta afanosa mujer crio una bella y formidable familia de profesionales: los hermanos Batista, los cuales, de estirpe revolucionaria, eran conocidos militantes del Movimiento 14 de Junio.
Mis recuerdos se acentúan más en Toño Batista porque no solo era el más activo sino que, además, fue a quien visualicé en la reunión de Tavárez Justo con jóvenes de Tamayo y zonas aledañas. Toño descolló después como un connotado dirigente estudiantil y del movimiento de izquierda en Barahona.
La reunión se desarrollaba en completa tranquilidad, debajo de esta impresionante mata ubicada en aquel sitio aislado y tranquilo, fuera del poblado; cobijado, en plena mañana, por las verdes y espesas ramas de La Javilla. En la curiosidad de mi niñez, pude visualizar a Tavárez Justo, un hombre joven, esbelto e impecablemente vestido, acentuada calva, bigote y una gafa oscura mientras se dirigía a los presentes con ímpetus y palabras orientadoras.
Era entonces un “carajito” y más que por simpatía política, me monté seguro que por travesura infantil, en la camioneta que usaba una marcha de la Unión Cívica Nacional (UCN) al frente de la cual estaba mi tía Estervina, una furibunda seguidora del líder cívico Viriato Alberto Fiallo. La caravana de los cívicos se detuvo en la carretera, justo frente a la reunión que realizaba Tavárez Justo. A través de un megáfono los cívicos lanzaban un estribillo musical y su slogan de campaña con la intención de boicotear el encuentro de los catorcistas.
“Sombrerito e’ cana, Unión Cívica…
Sombrerito e’ cana, Unión Cívica…”, insistían.
Pese a ello Manolo Tavárez y los catorcistas continuaron imperturbable su encuentro. La pertinencia de las bocinas y los slogans de los cívicos alteró los ánimos de aquella juventud impetuosa que se abalanzó contra los partidarios del sombrerito de cana, obligándolos a ceder y retirarse raudos del lugar.
La recia y convincente personalidad de Tavárez Justo me impactó de manera decidida, haciendo a partir de entonces que comenzara a menguar mi simpatía por los cívicos y viera un horizonte en los catorcistas, pese a que mi padre era el presidente de la UCN en la comunidad. La presencia de Tavárez Justo en aquella visita a mi pueblo me inclinó, primero a querer conocer su pensamiento, y después a ser un humilde simpatizante de su corriente política.
Cosa de muchacho, dirían en mi región.
Recuerdo que cuando tenía más edad, que era un jovencito, asumí responsabilidades en el movimiento estudiantil del liceo de Tamayo como militante, obviamente, del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, transformado luego en Línea Roja.
Transcurría un espléndido día de los años 70 cuando regresando del liceo recibí un mensaje del doctor Plinio Matos Moquete, uno de los dirigentes de izquierda más buscado por las fuerzas de seguridad del gobierno, me invitaba a una reunión en la capital. Plinio, es oriundo de Tamayo, vecino y amigo de mis hermanos. Supe después que éste llegó a reunirse en la clandestinidad con varias personas de la población, profesaran o no simpatía por la izquierda política del país.
El autor es periodista