Brillante, emotiva, digna de ser hoy considerada como la pelea del año y ser inscripta en la mejor historia del boxeo de primer nivel. Esos son apenas unos pocos de los muchos elogios que merece ‘el peleón’ que nos regalaron Manny Pacquiao y Keith Thurman. Hay que retroceder, muchos años en el tiempo para recordar una batalla donde el PacMan hubiera conseguido, como en la noche de Las Vegas, poner de pie a toda la platea del MGM Grand.
Habría que retroceder muchos años, quizás hasta las inolvidables guerras contra Juan Manuel Márquez, para recordar un rival que lo sacudiera como lo sacudió Thurman.
Estaban en juego los dos cinturones de la AMB, pero eso al final del día fue irrelevante. Así esta pelea hubiera sido una eliminatoria o un combate para decidir quien pagaba la parrillada, la reacción de la platea y los millones asistiendo frente al televisor o el dispositivo digital hubiera sido la misma: emoción y agradecimiento.
Nos dieron una pelea exuberante, repleta de acción y que terminó como terminan las guerras verdaderas, cerrada en las tarjetas y con los dos rivales repartiendo trallazos al tú por tú.
En una decisión dividida, fue victoria para el filipino y si se quiere, fue justa, totalmente justa. Por más que no hubiera existido controversia si se registraba un empate o el vencedor hubiera sido el estadounidense.
¿Por qué ganó Pacquiao? ¿Por qué perdió Thurman?
La estrategia de uno y el desajuste del otro al inicio de la pelea, sin duda, establecieron el guion de la pelea y su resultado. El filipino, al contrario de lo esperado, fue el que salió enchufado, poniendo presión y golpeo alucinante, logrando lo impensado: mandar a la lona a un sorprendido Keith Thurman en el mero primer episodio.
Ese arranque trepidante le impidió a Thurman encontrar el ritmo, se vio confundido, superado por la velocidad del filipino y sin encontrar su distancia. Recién en el tercer episodio, el PacMan bajó el pie del acelerador y Thurman logró emparejar, empezó a encontrar su ritmo. A partir de ese momento se fueron alternando en el control de la pelea.
Thurman superaba a Pacquiao en cantidad de golpes lanzados y de poder, pero el filipino era el más efectivo en el acierto y el más espectacular en sus combinaciones de dos y tres golpes enviados a velocidad de vértigo.
Ese acierto fue lastimando al estadounidense que no conseguía ajustar, que volvió a su confusión en el cuarto y el quinto asalto, hasta que recuperó su protagonismo en el sexto y vivió su mejor momento en la pelea en el séptimo y el octavo episodio. Logró encontrar la sincronización entre movimientos de piernas y acierto en el golpeo, al punto que siempre estuvo arriba en la cantidad de golpes lanzados. Especialmente la derecha volada por afuera y las combinaciones por el centro, hasta un doble jab que fue marcando el rostro del filipino.
Los dos recibieron muchos golpes, los dos acertaron muchos golpes y los dos se mantuvieron activos durante toda la pelea. Cuando la batalla avanzó, Manny sintió la fatiga propia de sus cuarenta años y sus reconocidas deficiencias defensivas terminaron de complicarle la pelea.
En términos boxísticos, fue una pelea de alternativas cambiantes, pareja y de mucha entrega. SI a ello sumamos el ambiente de emoción, resultaba difícil imaginar lo que ocurriría en la mente de los jueces. Y así fue, al final del pleito el resultado en las tarjetas fue fiel reflejo de esa imaginada incertidumbre: Tim Cheatham 112-115 y Dave Moretti 112-115 para Pacquiao, Glenn Feldman 114-113 para Thurman.
¿Fue justo? Si lo fue y no solo por la caída temprana de Thurman. El estadounidense fue el que en más de un momento de la pelea estuvo a punto de claudicar, como en el décimo episodio cuando lo dobló un trallazo impresionante de Manny a la zona media. Pareció que allí terminaba la pelea, pero con gran entereza sobrevivió y se fue encima del filipino.
En lo gestual, siempre pareció mejor posicionado en lo ofensivo Pacquiao, como también se vio mejor en la asimilación y sobre todo en la actitud. Manny nunca dejó de mostrar ganas ofensivas, jamás renunció al ataque y en definitiva sus méritos impresionaron mejor que los de su rival. Por si fuera poco, también lo superó en los números: lanzó 686 contra 571 de su oponente.
Una victoria histórica y que indudablemente deberá hacer reconsiderar al filipino su continuidad en el boxeo, especialmente ante rivales tan duros como el de la noche sabatina. Su lugar en la historia ya lo tiene asegurado, el cariño de los fanáticos es infinito y alcanzaría con recordarlo dando guerra como la del MGM Grand ante un gran rival como Keith Thurman, para encuadrarlo por siempre en la mejor memoria.