REPÚBLICA DOMINICANA AL BORDE DEL ABISMO: UN LIBRO, TODA LA PATRIA

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Rafael J. Rodríguez Pérez

Por estos días, una admirable escultura sobre la temática del inmigrante ha sido reproducida hasta la saciedad en las redes sociales. Algunos de los comentarios que han colocado los usuarios son tan geniales como la propia obra. A mí, aprendiz de inmigrante, me impactó tanto que busqué enseguida información sobre ella. Su autor es el escultor francés Bruno Catalano, conocido por crear estatuas de bronce no convencionales a las que les faltan las secciones centrales.

La escultura en cuestión, que forma parte de la serie Traveler, representa a un hombre de rostro atribulado, avanzando (alejándose) con una maleta en la mano. Lo original, lo inquietante, lo terrible, es que al hombre le falta casi todo el cuerpo, del corazón hacia abajo. El mensaje de ese espacio negativo funciona como un mazazo turbador en la conciencia de aquellos que hemos tenido que alejarnos de los seres que amamos, con sólo una maleta cargada casi siempre de sueños, pero dejando todo, o casi todo, del corazón hacia abajo…

Entre las muchas asociaciones que me produjo esa indiscutible obra de arte, con toda su carga emotiva, apareció el recuerdo de este libro que presentamos hoy: República Dominicana al borde del abismo; y el rostro tranquilo y sagaz de su autor, el doctor Osvaldo Fernández Domínguez. ¿Por qué, se preguntarán algunos? La respuesta es compleja, e intentaré explicarla en pocas palabras: nativo de una isla donde no hay prácticamente una sola familia que no tenga un miembro emigrante, he vivido en carne propia esos dolores.

A lo largo de los años, especialmente al ver partir a los niños, una inmensa preocupación me asolaba y asola todavía, con la fuerza de una obsesión: que

los que se marchaban perdieran de vista sus raíces, olvidaran su suelo, su gente, su idioma. “No lo permitas”, casi le exigí a mi padrino cuando abandonó el país con sus hijas pequeñas. “Recuerda que la gente que no sabe de dónde viene, se difumina como el humo”. Con el paso del tiempo, cuando me vi yo mismo en esa disyuntiva, y a pesar de no estar expuesto ya a los peligros de confusión y olvido, me dije que había que buscar formas, fórmulas, para reivindicar útil y hermosamente nuestra pertenencia a una tierra natal. Una de las más extraordinarias, lo entendí enseguida, es escribir libros, si de ficción, mejor, porque en los libros nos mostramos completos, en lo profundo, y aunque no lo queramos o intentemos disimularlos, a los buenos libros se les notan nuestras broncas y amores,

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